No sé, si rozaré la muerte pronto.
No sé, si vendrá ella a mi encuentro.
Ya no la aclamo. Ya no le lloro.
Tan sólo la dejo pasar, lenta,
sola, miedosa entre silencios.
La desafié en tiempos de soledad.
Cuando mi alma se resquebraba,
sin sentido, ida, como una ola
rompiéndose a la orilla de la playa,
dejando, todo lo que fué un día,
entre surcos de agua y fina arena.
La desafié, sí. ¡Pero no me escuchó!
Quise sentir el placer de la muerte en vida.
¡Necesité abrazarla! Abrigarme en su frío;
en esa oscuridad que me aterraba
y a la vez, me sostenía... Lóbrega,
misteriosa, refulgía en mi recuerdo
para engañarme. Para talar-me un suspiro.
Me susurraba al oído, en el ocaso:
"- Hoy, yo, seguiré mi paso, mi camino.-"
Le supliqué que me llevara ella,
a beber, de sus oscuros labios,
como un dulce vino. Sangre roja,
penas cortadas, rasgadas por el dolor,
que el mundo me había tendido.
¡No quiso la muerte, que andara en su limbo!
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