Son las hojas las que desvisten al árbol.
Lo desnudan tibiamente, dejando a los rayos,
cubrirlos de nuevo de la luz prematura,
rojiza, dorada, anaranjada.. Se nutre,
de las caricias aturdidas que el despierta,
en las raíces ocultas que besan la tierra.
Como hoja que no cae en el invierno marchito,
mis manos te despojan, quemando dulcemente,
las colinas verdes de tu cuerpo que demoran,
pausadas, sobre los labios vivos de mis yemas...
Fulges, sutil, en esta dimensión perenne
dónde el aliento se percibe único, bebedor
deshinibido, que dibuja flores en mi boca.
Como raíz, mi carne se diluye y toma forma.
Un diluvio de éxtasis despierta, en las sombras
espléndidas de las ramas de nuestros cuerpos...
Son las hojas las que desvisten al árbol,
mientras lo lame el rocío con su lengua erótica,
cubriéndolo de nuevo, en jadeos escapados,
que balbucean en el cobijo de sus entrañas.
Soy hoja. Soy raíz. Eres árbol que asida en mi tierra.
Rama que me da la vida, que me retuerce
en la fogosidad abismal de tu encantamiento.
Soy hoja. Soy raíz. Soy la savia de tus estaciones,
la que te impregna de húmedas sensaciones...
Soy, el manantial embriagado que queda extenuado
en el vertiginoso placer que anda por tu dorso.
Soy, tibiamente....
La raíz que te aturde
en la luz prematura...
En las sombras espléndidas.
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