MEMORIAS Y ECLIPSES

sábado, 15 de marzo de 2014

SIN DESTINO






La vida le había golpeado muy duramente. Ahora, ella era una estrella que invadía el espacio estelar. No había entrado en el mundo de los muertos, ni tampoco yacía aquí, entre los vivos. Se había quedado entre los dos mundos, a la espera de que la justicia divina, abriera sus puertas para ella... Ella, aquella mujer que en su juventud fue privada de lo más esencial que tanto amaba.

   La España de los años 30, había traído consigo la miseria, la pobreza, debido a la guerra civil. Concepción "Concha" para sus seres queridos, se había enamorado a los dieciséis años.
Un amor eterno, pero también cargado de sufrimiento hasta el día de su muerte.
  Provenía de una familia humilde, trabajadora, que luchaban por subsistir. Con siete años, su padre la había encomendado a una familia de la burguesía valenciana, para realizar las tareas cotidianas de la casa...Así,  tan chiquita, perdió su niñez entre los quehaceres de un trabajo injusto, ingrato, para un niño. Pero el dinero era escaso y las bocas, muchas para alimentar.

   Su curiosidad, su afán por aprender, le hizo despertar su interés por descubrir, por aprender a leer, a escribir. Ahora mismo, en esta sociedad, parece un imposible, pero así lo marcaba la época y más siendo mujer y mucho más por el hecho de provenir de una clase social baja, humilde, era algo inalcanzable.
  Ninguna mujer tenía acceso a la biblioteca, ninguna que fuera de linaje humilde, pero cada tarde, en su tiempo libre, se acercaba al edificio municipal y bajo sus ventanas se sentaba, sobre la hierba, para escuchar las charlas, las poesías que recitaban, las historias que contaban, en el ala norte del edificio. No le importaba el frío, la lluvia, el calor. Siempre su optimismo, su afán de aprender, de descubrir otros mundos, aunque fueran imaginarios,  crecían.
Era su prioridad. Aprender, dejar de ser analfabeta. Y las poesías, los relatos que escuchaba, la hacían viajar a un mundo mejor.

  Pascual, era un muchacho de la alta sociedad del momento. Un buen mozo, de buen ver. Su padre se dedicaba a la importación y exportación de la madera y a algunos negocios relacionados con el tabaco.
Tendría entonces él, apenas unos veinte años. Un chico apuesto, muy atractivo, educado, con una sonrisa que la cautivó.
Fue un flechazo inminente para ambos. Jamás se habían visto antes, pero se sentían como si se conocieran de toda la vida..
   La invitó a dar un paseo el domingo por la tarde, por la alameda, dónde se perdieron con el bullicio de las gentes, de los niños que jugaban bajo los árboles. Y el amor dulce, despertó,  estalló entre ellos, y comenzó una historia que marcó la tragedia para ambos.

  Después de dos años de relación (siempre a escondidas, pues no era bien visto que se mezclaran las clases sociales), se descubrió. Concha, fue despedida de la casa dónde trabajaba, pues la madre de Pascual, se encargó de que fuera así y a él, lo mandaron al norte de España, a llevar una de las empresas familiares.
   En este tiempo, esos dos maravillosos años que pasaron juntos, él, le había enseñado bien a leer, a escribir, le había enseñado ese otro mundo en el que existía Shakesperare, Calderón de la Barca, Lope de vega y otros tantos....
  La partida fue dura. No pudieron ni siquiera despedirse. Pero la correspondencia entre ellos, era casi a diario. Los sentimientos, se fortalecían día a día y a pesar de todos los impedimentos, las fuerzas no flaqueaban y los dos se sentían felices de tenerse aunque fuera en la distancia.

   Tres años más tarde, el regresó de nuevo a Valencia. Volvía, y ella  era la mujer más feliz del mundo, tras esa larga espera por volver a reencontrarse con su amor.
Estaba todo dispuesto. Por temas políticos y comerciales, Pascual debía contraer matrimonio con una joven de Barcelona, que él, ni siquiera conocía. Se negó en rotundo. Su corazón ya tenía dueña, y para él ya había hecho su elección, tenía ya a su elegida, la que el quería como madre para sus hijos, con la que formar una familia. Pero las represalias, las condiciones sociales del momento, ganaron la batalla y tuvo que viajar a Barcelona para casarse con aquella desconocida.

   Concha se derrumbó. El dolor pesaba sobre ella. Siempre supo que jamás les iban a permitir estar juntos, pero siempre tuvo ese ápice de esperanza, ese sueño, de que tal vez, podrían cambiar las cosas, que no importaría la clase social.
   Durante años, ella había observado el comportamiento de las damas de aquella sociedad, su lenguaje refinado, sus andares, sus gestos. Había leído mucho, demasiado tiempo sola que le permitió devorar libros y libros, uno tras otro. No tenía dinero, ni clase para ir a la universidad, otro de sus sueños, pero eso no le impidió que se enriqueciera personalmente y aprendiera.

   Un año de cartas. De lloros.  Pascual se había casado, pero el corazón de ambos aún se pertenecían. Pasó el tiempo. Su regreso a Valencia, a la casa familiar, ahora era diferente. El, llegaba con una nueva mujer y un futuro hijo en camino. Se volvieron a encontrar. Los dos eran conscientes de que su amor debía de morir, pero era imposible. Nada ni nadie podría cambiar aquellos sentimientos que ambos tenían. ¿Que hacer? Fue una decisión muy dura, pero ella optó por lo que más deseaba. No perder-lo. El corazón mandaba. Tenerlo de la manera que fuere.

  Cincuenta años a escondidas del mundo. Su historia de amor fue creciendo. Ella, renunció a ser madre, no lo podía permitir, siendo soltera, hubiera sido vejada por la sociedad de mil maneras, y hubiera dañado a Pascual en todo lo que le rodeaba por tener un hijo bastardo. Así otro sueño, el parir, el tener a un niño entre los brazos, fue también otro sueño roto. Desde su oscuridad, desde ese mundo de "no a los sueños" se resignó a tener hijos,  y lo amó desde la discreción, siendo correspondida, hasta el día que murió él.

Pascual, fue padre de cinco hijos. con aquella mujer desconocida, que fue una esposa, a la que realmente nunca quiso. En su lecho de muerte, rodeado de sus hijos, de sus nietos, de su mujer, pidió su ultima voluntad. Su mujer sabía de la existencia de Concha, desde sus inicios. Ella, también se había casado sin quererlo, aunque los años, el roce, creó un cariño mutuo.

 La voluntad. La última. Era ya lo único que quedaba.
   Llevaba días acercándose al hospital, cada noche, pasaba para preguntar a las enfermeras por su estado de salud, y como siempre a escondidas. En estos momentos de su vida, ya no había pautas y reglas que la sociedad marcara, pero sí existía el respeto hacia su mujer, sus hijos, por lo que ella evitaba el encuentro, y a pesar de tener la habitación a pocos metros de la sala de información de los pacientes, no entraba por no incomodar a la familia. Quería evitar cualquier disgusto, cualquier escándalo. No hubiera sido agradable, y probablemente, tampoco se le habría consentido, el que entrara ella a verlo en su lecho de muerte, aunque era algo que ella deseaba con todas sus fuerzas... Pero, que decir. No podía entrar, presentarse, como la amante de Pascual durante cincuenta años. No. No se podía. No se debía.

   Su dolor era palpable. Su dolor era infinito. Toda una vida. Toda una vida viviendo una realidad disfrazada. viviendo paralelamente a sus deseos y sueños. La habían convertido, en una ancianita refunfuñona. Era evidente, que la vida no se había portado bien con ella y el estado de salud de él, se precipitaba a lo que ella jamás hubiera pensado que tendría que sufrir. Su muerte.
Él,  se debatía entre la vida y la muerte... Pero aún tenía voluntad. Quería verla. Su mujer, accedió...

   Las enfermeras  facilitaron el teléfono de Concha a su mujer, ya que ellas lo tenían, pues Concha lo había facilitado para que la tuvieran al corriente, diciendo que era un familiar cercano. 
  Estaban solos el matrimonio en la habitación, cuando ella llegó. Pascual, la miró, y su cara demacrada, dónde la muerte ya estaba haciendo presencia, se iluminó. Miró después a su esposa, y cabizbaja,  salió de la habitación para dejarlos solos. El, quería despedirse de su gran y único amor. Hubo un gran silencio. Miradas. Lo que se dijeron,  allí quedó para ambos. Escondido al mundo, como  había sido igualmente su idilio, su historia de amor. Se  entrelazaron las manos, con las lágrimas en los ojos. Pero su amor... aún latía después de medio siglo.

   A los pocos minutos, tocaron despacito  un par de veces  a la puerta. Regresaba su mujer, de la sala de espera,  y Concha sabía que ya debía despedirse, que ya no lo volvería a ver. Le temblaban las manos. Su cara se desencajó por completo. Miró un segundo a la mujer, como esperando su aprobación y entonces se inclinó a darle un beso sobre la frente.
   - Te he esperado toda una vida, allí arriba nos reencontraremos y entonces nada podrá separarnos.- balbuceó Pascual.- Ella no pudo decir nada. Un nudo en la garganta se lo impedía.
Se incorporó y salió de allí muy despacio, le fallaban las piernas. Andando hacia atrás, hacia la puerta, sin dejar de mirarlo y sin poder mediar palabra.

   Esa noche, falleció. Cerca de la madrugada, sonó el teléfono. La llamada inevitable. Sus manos no respondían y le costó descolgar el teléfono.
-¿Si? ¿Quien es?- contestó con una voz entrecortada.. Al otro lado, una voz de mujer le contestaba.- Esta noche, las dos nos hemos quedado viudas- y colgó.

El entierro fue otro duro golpe. Sola, sin fuerzas, aguantándose como podía con su bastón, se dirigió al cementerio. Había un gran tumulto de gente. Y ella, una señora ya muy mayor,  pasaba desapercibida, quedando en un tercer plano, marcando distancias, para no incomodar a nadie.
   Allí se quedó, sentada en un banco de madera, observando desde lejos, como el amor de su vida, era metido en un nicho.
   Una última caricia. Una última caricia era lo que necesitaba ella darle a él. Apenas unos minutos, pero en ese pequeño espacio, pasó por su mente toda su vida como si fueran fotogramas... el día que lo conoció,  su primer beso, su declaración de amor, su primer baile (en la oscuridad).
  Ya no le quedaba nada. La única persona a la que había querido en esta vida,  se había ido.
Ahora, sólo le quedaba su último sueño. Que llegara su día, para reencontrarse con él de nuevo.

   Absorta en sus pensamientos, cuando se dio cuenta que ya no quedaba nadie de las personas que habían asistido al funeral Se levantó de aquel banco, y fue acercándose, tambaleándose y sin visibilidad alguna, por las lágrimas que ya le impedían ver. Ahora estaban solos. Acariciaba la lápida, le daba besos, le susurraba hasta que al final, todo ese amor reprimido por los años, estalló. Había mucho dolor. tanto como lo había habido en su vida. Solo que ahora, nadie le podría impedir ir a visitarlo cada día, a pasar las mañanas junto a él, hasta que su salud se lo permitiera. Y así fue.

   Pasaron algunos años más. y ella, con sus más de ochenta años, iba a visitarlo cada mañana. Pascual murió. Pero su amor no. Jamás lo hizo. En cierta manera, ella se sentía que lo seguía cuidando, le llevaba flores frescas, le contaba historias, seguía acariciando su lápida como si fuera a él. Hasta que llegó, el fatídico día de noviembre en el que la vida se truncó y ya no recibió más la visita de Concha.

Muchos pensaran que fue una pobre mujer desgraciada.  No tuvo una vida fácil, victima de una época, pero que a pesar de ello, y de todas las adversidades, supo ganarle la batalla al amor.
Fue, y será siempre, la vida  la desgraciada, que se cebó con ella, hasta el día de su muerte. Después de aquello, ella sólo quería reencontrarse con él, de la manera más dulce. Pero la propia vida, en este caso,  fue una hija de puta y le privó de nuevo de que su último aliento fuera como ella deseaba... morir en paz. 
Aunque eso, es otra larga historia, que aún no he podido, después de los años escribir. 

Dedicado a ese ángel de alas blancas que seguirá siempre vivo en mi.
A Concepción.

Onice © Reservados todos los derechos. 
  

(imagen de la Alameda de Valencia) 
tomada de google. Derechos de autor a quien correspondan.

1 comentario:

  1. De nuevo retratas la memoria de una gran manera, yo; que de años te conozco, sé que tus palabras son hiladas con emoción sincera. Ya había leído esta prosa (Gracias al maravilloso privilegio de poder leer tus borradores), pero el repetir la lectura no supone para nada el desconectarse de esa esencia significativa y emocional que nos develas. Amiga mía, Un gusto re-leerte, y descubrir cada vez más...lo que en tu alma atesoras.

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