MEMORIAS Y ECLIPSES

sábado, 10 de agosto de 2013

LES PALMERETES (las palmeras)

Hoy es un día especial e importante... Y aunque este pequeño relato ya ha sido publicado anteriormente, sentía la necesidad de volver a hacerlo hoy, por el significado que tiene para mi y para ti. No importa el escrito. Pero sí la esencia, y la huella que quedó grabada en su momento.


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Había comenzado el otoño, pocos días atrás, pero la temperatura era aún cálida, parecía cualquier día de verano, aunque cierto es, que la brisa ya venía con su aroma otoñal. Se respiraba en el ambiente, el aroma a azahar. Después de haber salido de aquél pequeño pueblo, se dirigieron hacia la costa. Apenas tenían diez o quince minutos de trayecto en coche y el sol aún permanecía destellan-te. 

Él, ya tenía planeada esa visita a la playa, sabía que ella se iba a emocionar al llegar a aquél lugar, dónde había pasado largas temporadas en su niñez.
 La llegada a ese paseo de cemento, con grandes palmeras en los bordes, edificios altos y pequeñas casas decoradas con motivos marinos, llegaba hasta la orilla del mar.
  Le había dado un vuelco el corazón al verse de nuevo allí, después de tantos y tantos años. Las emociones, los recuerdos, los dulces momentos allí vividos le saboteaban fuertemente su mente y corazón. Por unos instantes, se volvía a sentir como aquella  niña que jugaba en los alrededores. La niña que tanto disfrutó de aquél mar,del cual, jamás le importaba si estaba en calma o enfurecido, simplemente sentir el salitre, le era suficiente.






Al final del paseo, había una avenida que cruzaba todo el acceso hasta la playa, ésta, en su estado más puro, con su propio silencio, con su rugir de las olas, se encontraba solitaria. Apenas se veía a lo lejos, un par de ancianos paseando por la orilla mojándose los tobillos y un hombre sentado en una hamaca, tomando los últimos rayos de sol, mientras un niño jugaba construyendo castillos de arena. Serenidad, calma, transmitía ese ambiente.


Anduvieron muy pocos pasos, cuando se quedaron los dos, con la vista perdida, ante esa inmensidad azul marina. Tras sus espaldas, un edificio de ocho alturas parecía recobrar vida. Seguía ahí, exactamente igual que ella lo recordaba desde hacía décadas. Pintado en otro color más oscuro, pero sus ladrillos tenían aún grabadas aquellas risas de la infancia, que para ella, aún lejanas, eran percibidas como si fueran de ayer.

La brisa, húmeda pero con ese aroma marino que a ella tanto le gustaba, se enredaba en su cabello, se sentía arropada por ese viento tan familiar que le había acompañado hasta su juventud...


La calma. El silencio que se respiraba, Tan sólo el murmullo de las olas y el suave soplo del viento permanecían latentes en ese ambiente único tan familiar.

Ahí, en ese lugar,  ellos habían vivido su enamoramiento, su historia de amor aún perdurable. Todo amor tiene un comienzo y esa avenida había sido testigo voluntario del delirio activo de ambos.
  Volver ahí, tomados de las manos con todo lo que el tiempo les había hecho cargar sobre sus espaldas... se sentía con fuerzas, con el ansia, con la vitalidad suficiente de resurgir, como lo hacen las olas, siempre irrompibles y no dejarse vencer jamás. Una lucha constante. Un amor verdadero que nació con el sonido del mar en una juventud inocente.
Ahora, en este otoño maduro, las ansias de amor, de amar, de sentir... seguían en pie.

Onice © Reservados todos los derechos.


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